Mas alla del misterio

Mas alla del misterio

viernes, 14 de noviembre de 2014

Publicado  por: Eva Lizeth González Morales
Aviso de Muerte

Joaquín abría lentamente sus ojos, los despegaba después de horas de sueño, el fuerte frío de la madrugada lo despertaba y asimilaba el rostro que tenía justo enfrente de él. Era su mujer, con un rostro más pálido que de costumbre, esta lo miraba directamente. La obscuridad no le dejaba ver con claridad sus facciones, solo la luz de la calle que se introducía por la ventana le permitía advertir que era su esposa.
 
-Viejo, oigo ruidos abajo, ve a ver… Joaquín, ¡que te despiertes!

De mala gana el hombre se levantaba lentamente, gruñía palabras inentendibles y a tientas buscaba en la obscuridad los pantalones que había tirado sobre la caminadora antes de dormir, sentía por encima de sus piernas la fresca tela de su prenda mientras se los ponía; siempre su mujer actuaba como paranoica con cualquier ruido, -“esta es una más de esas”-  pensaba Joaquín con desagrado.

-Te juro viejo, que esta será la última vez que te molesto, pero ve a ver. Se oyó un trancazo en la cocina y como si se rompiera una taza.

Joaquín asentía, desde que su esposa se accidentó viajando en un taxi, sufría constantes desmayos, sus nervios se habían vuelto más crispantes, tenía ya más de una semana sin sufrir desvanecimientos, pero su histeria había ido en aumento, siempre en las noches se despertaba agitadamente y su marido era el que tenía que interrumpir su descanso para tranquilizarla.

Joaquín salía de la alcoba con rumbo a la cocina, su mujer le decía desde la cama:

-Dios te bendiga viejo, te amo.


El hombre apretaba labios y parpados, como si quisiera encerrar palabras inapropiadas y gestos descorteces; avanzaba con pasos lentos hacia donde su mujer le había indicado, el frío de su alcoba parecía seguirle pues un escalofrío recorría la columna de su espalda. Se acercaba a la entrada de la cocina, el miedo le hacía acortar su andar, deteniéndolo justo cuando sintió un líquido cálido bajo la planta de sus pies.

“Café”- pensó Joaquín, el líquido sobre el piso era una alargada mancha que salía de la cocina, al acercarse más a la entrada, observó pedazos de porcelana esparcidos en derredor, y cerca de los trozos más grandes, se iba develando la figura de una mano, sus ojos desorbitados siguieron viendo al resto del cuerpo.



Sobre el piso de la cocina, estaba una mujer con el rostro pálido y tieso, un infarto cerebral le había quitado la vida a la esposa de Joaquín, quien con un alarido de horror, alertaba a los vecinos de su macabro descubrimiento.
Publicado por: Miguel Alejandro Cisneros Domínguez
Almas en pena.
El silente espectro merodeaba taciturno por el campo santo. Tenía hambre y así pareciera un caníbal necesita alimentarse...
No podía comerse a los vivos, estos estaban fuera de su alcance.
Pero los espíritus recientes de gente fallecida, niños, ancianos, y mujeres.
Era el alimento de los espectros andantes, por eso cada noche merodeaba
el cementerio aquella alma en pena, que no encontraba el descanso.
Ese día en una lúgubre fosa común había varios cadáveres. Niños, hombres, personas sin familia, muertos en la indigencia, en plena calle.
El aura de aquel espectro se sintió atraído por aquella energía que emanaba de aquella sepultura, necesitaba alimentarse de aquella energía reminiscente.
Cada día hacia lo mismo se alimentaba de la energía de cadáveres recién fallecidos.
Se daba su festín y luego vagaba, lamentándose de su destino.
Su agonía era indescriptible, pero solo era oída por el resto de los espectros
que por allí vagaba, la energía que quitaba aquellos cuerpos.
Los convertía en los siguientes espectros que vagarían por la eternidad.
En la lontananza de aquel campo santo y entre tanto lamento no todos
los espectros eran iguales algunos, no se alimentaban de la energía de otros cuerpos.
Más bien los miraban por encima del hombro con gran desdén.
Solo los visitaban y antes de llegar a su destino se presentaban ante ellos.
Otros en cambio les encantaba asustar a niños, y ancianos, se impregnaban del terror.
Que producían en ellos, adoptaban los más espeluznantes formas, caras terroríficas
cuerpos amorfos, verdaderas deformidades, sonidos y ruidos de ultratumba…
También aquel campo santo existían espectros buenos, los menos, pero también existían y daban compañía a los muertos recientes, estos se regocijaban de la esperanza de aquellos cadáveres del deseo de ver a sus familiares y seres queridos.
Aquellos espectros solo podían visitar tumbas y fosas comunes que no estaban
bendecidas, ni tenía a nadie que fueran a visitarlas, almas pérdidas como ellos.
Esa era las leyes que imperaban en aquel campo santo la mayoría de los muertosencontraban su destino, en cambió otros vagaban por sus recintos como almas en penas.


Sin encontrar nunca la paz y descanso que tanto necesitaban.
Publicado por: Laura Guadalupe Orozco Martínez
La muñeca de porcelana
¡Mamá, quiero esa muñeca!" Dijo la pequeña Isabel totalmente nerviosa por tener una nueva muñeca. "Volveremos mañana para comprártela, ¿vale? pero recuérdamelo, Isabel" le contestó su madre en la misma tienda de antigüedades.

Isabel tenía sólo siete años y medio, pero ella podía tener todo lo que le gustaba gracias a su mirada de pena que les ponía a sus padres. Esa misma noche, la pequeña tuvo dificultades para dormirse ya que sólo pensaba en su futura nueva muñeca. Incluso si tenía un brazo menos, era la muñeca de porcelana más bonita que había visto nunca. Ella tenía muchas, pero esa iba a ser la más bonita de su colección.
A la mañana siguiente, Isabel desayunó viendo sus dibujos favoritos, como cada mañana. Había soñado tanto con su muñeca que tenía sueño, estaba cansada y ya no quería esa muñeca. Ya no le gustaba. Así que pasó el día enjugazada con otras cosas y no le recordó a su madre que tenían que ir a por la muñeca, porque ya no la deseaba.

Llegó la noche e Isabel fue a acostarse al piso de arriba. Ella tenía miedo de estar arriba sola, así que su madre subía con ella y se ponía en la habitación de al lado a coser. Una media hora más tarde de haberse acostado, una voz aguda despertó a la niña susurrándole al oído: "Subo 1, 2, 3 escalones..." La pequeña Isabel gritó asustada llamando a su madre: "Mamá, hay alguien en la escalera que hace ruido" Su madre la tranquilizó diciendo que no había nada en absoluto. En cuanto la madre abandonó la habitación, Isabel volvió a oír ese susurro que le dijo "Subo 4, 5, 6 escalones..." De nuevo Isabel llamó a su madre. Su madre le volvió a contestar que se tranquilizara, que sería el ruido del frigorífico.
Pero la pequeña voz continuó subiendo las escaleras: "Subo 7, 8, 9, 10 escalones y ya estoy en el pasillo", repitió la pequeña voz con una risa sarcástica.

A la mañana siguiente, la madre de Isabel se sorprendió de despertarse antes de ella. Pero pensó en las dificultades que había tenido para dormirse y pensó que estaría cansada. Pero transcurrida una hora le pareció raro que aún no se hubiera despertado, por lo que subió a ver cómo estaba su hija. La madre gritó con terror viendo a su hija ahogada en su propia sangre y apuñalada más de 17 veces, con el brazo arrancado y viendo a esa pequeña y adorable muñeca de la tienda de antigüedades con el brazo de su hija como sustituto del suyo.
Publicado por: Nayely Elisabeth Rodriguez Chavez 

EL GATO


No conozco a la persona que le ocurrió esto, ni siquiera de cerca, pero quien me lo contó fue una amiga de la víctima.
Un amigo suyo fue a la casa familiar de otro amigo, y le invitaron a pasar allí la noche. Accedió gustoso y comprobó que le habían dejado para él solo una habitación alejada, pequeña y algo fría, pero donde tendría intimidad.
La cama era algo dura y podía notar que el colchón estaba viejo y no era precisamente uno de esos modernos Flex que tienen abajo un somier, pero no importaba, tan sólo iba a pasar una noche. Tampoco importaba aquel olor a viejo y a cerrado. Se recordó una vez más que tan sólo serían unas horas.
Y la noche le reparó una desagradable sorpresa.
Estaba ya dormido cuando le despertó una sensación de peso y ahogo. Abrió los ojos y sintió la presión en el esófago, una especie de peso muerto que le aprisionaba y le impedía respirar bien. De pronto ese peso cambió hacia otro lado de su cuerpo y hacia otro y hacia otro, y supo que alguien le estaba pisando... Ahogó un grito de terror y trató de relajarse. La experiencia terminó dejándole un miedo exacerbado en su interior que apenas le permitió conciliar el sueño de nuevo. A la mañana siguiente rememoró con escalofríos el suceso y supo que no lo había soñado, que alguien o algo habían estado caminando por su cuerpo.
Preguntó a su amigo a quién perteneció la habitación y éste le contestó que a su abuela, pero que no se preocupara porque ya no estaba viva.

Indagando más descubrió que su abuela había tenido un gato que la adoraba. Y el fantasma de aquel gato, seguramente avisando al intruso que había usurpado la cama de la abuela, le había hecho una visita y declarado la guerra. No hubo más guerra, por supuesto, porque el chico jamás volvió a dormir allí.