Publicado por: Eva Lizeth González Morales
Joaquín
abría lentamente sus ojos, los despegaba después de horas de sueño, el fuerte
frío de la madrugada lo despertaba y asimilaba el rostro que tenía justo
enfrente de él. Era su mujer, con un rostro más pálido que de costumbre, esta
lo miraba directamente. La obscuridad no le dejaba ver con claridad sus
facciones, solo la luz de la calle que se introducía por la ventana le permitía
advertir que era su esposa.
-Viejo,
oigo ruidos abajo, ve a ver… Joaquín, ¡que te despiertes!
De mala
gana el hombre se levantaba lentamente, gruñía palabras inentendibles y a
tientas buscaba en la obscuridad los pantalones que había tirado sobre la
caminadora antes de dormir, sentía por encima de sus piernas la fresca tela de
su prenda mientras se los ponía; siempre su mujer actuaba como paranoica con
cualquier ruido, -“esta es una más de esas”-
pensaba Joaquín con desagrado.
-Te
juro viejo, que esta será la última vez que te molesto, pero ve a ver. Se oyó
un trancazo en la cocina y como si se rompiera una taza.
Joaquín
asentía, desde que su esposa se accidentó viajando en un taxi, sufría
constantes desmayos, sus nervios se habían vuelto más crispantes, tenía ya más
de una semana sin sufrir desvanecimientos, pero su histeria había ido en
aumento, siempre en las noches se despertaba agitadamente y su marido era el
que tenía que interrumpir su descanso para tranquilizarla.
Joaquín
salía de la alcoba con rumbo a la cocina, su mujer le decía desde la cama:
-Dios te
bendiga viejo, te amo.
El
hombre apretaba labios y parpados, como si quisiera
encerrar palabras inapropiadas y gestos descorteces; avanzaba con pasos lentos
hacia donde su mujer le había indicado, el frío de su alcoba parecía seguirle
pues un escalofrío recorría la columna de su espalda. Se acercaba a la entrada
de la cocina, el miedo le hacía acortar su andar, deteniéndolo justo cuando
sintió un líquido cálido bajo la planta de sus pies.
“Café”-
pensó Joaquín, el líquido sobre el piso era una alargada mancha que salía de la
cocina, al acercarse más a la entrada, observó pedazos de porcelana esparcidos
en derredor, y cerca de los trozos más grandes, se iba develando la figura de
una mano, sus ojos desorbitados siguieron viendo al resto del cuerpo.
Sobre
el piso de la cocina, estaba una mujer con el rostro pálido y tieso, un infarto
cerebral le había quitado la vida a la esposa de Joaquín, quien con un alarido
de horror, alertaba a los vecinos de su macabro descubrimiento.